Donde duele inspira

Incluso en mis horas mas bajas, siento las palabras burbujeando dentro de mi.
No como algo valioso, sino como algo necesario, tengo que volcarlas sobre el papel
o se apodera de mi algo peor que la muerte. Cuando empiezo a dudar de mi capacidad para trabajar con palabras , simplemente leo a otro escritor y entonces se que no tengo de que preocuparme. Compito solamente contra mi mismo.
(Flowklorikos, intro del disco donde duele inspira)

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Traje negro, no de luto, de spiderman

Como una araña de los bosques,

en menudo hayedo anónimo me hallo. 

 

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run away

habita en el subsuelo
el arte de los que aprendieron
forzosamente, el autoconsuelo

 

el miedo recordado

tus trocitos de mí

en esas neuronas espejo

todo lo que soy

 me lo diste tú, compañero

tú, que también corres

 y aprovechas el viento.

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palabriñas

Algún día dejé que mis palabras volaran al cielo, porque es al cielo donde miro cuando hablo de palabras. No es un cielo católico, ni mucho menos. Es un cielo donde la materia está tan lejos que te invita a inventar y contar cuentos sobre las estrellas, como hacían todos los pueblos hace un tiempo.
Se trata de llenar las palabras con agua, la misma que ayer cayó de una cima y ahora fluye sobre el
mar; la misma que mañana lloverá sobre mi cara y me recordará que sigo vivo. Se trata de agua, de tierra, de legos, de átomos y sus trocitos, y los trocitos de los trocitos, pero no son lo importante.
Un día tendré que morirme, como tú. Las palabras quedarán huecas y allí podrán construir las arañas sus telas y sobre ellas la vida. Ahora puedo ver muchas telarañas, pero cuando muera no. Cuando muera querré que me recuerdes por las cosas que dejé y no por las que me llevé.

Imagen

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Cuánta poesía guardan las mujeres…

y qué poco poetas son (no se me malinterprete).

poeta

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Un descanso

Tras unas tres horas de camino, comencé a sentir el estómago vacío y decidí buscar un buen lugar donde descansar las ya agrietadas deportivas, a resguardo del viento, que en cuestión de minutos parecía haberse levantado. Si continuaba, debía dejar a un lado las rocas y con ellas todo lo que me servía de referencia, así que trepé a una pequeña superficie plana que presidía un pino de tamaño medio pero muy altanero, suficiente para procurarme algo de cobijo y solisombra. Se antojaba más fácil desde abajo, como pude notar al desprenderse el fragmento de roca en el que apoyaba el pie izquierdo, justo antes de dar el último paso. Metí la mano en la vieja faltriquera de mi abuela y saqué algunos frutos secos, que sin duda me darían refuerzo para continuar. Levanté la cabeza, masticando lentamente, con los ojos cerrados  y de cara al pleno sol que se encontraba en el punto más alto, donde ya sólo podía bajar. Me quedé muy quieto y estuve así un buen rato hasta que me pudo el sueño y apoyé la cabeza sobre el tronco del pino inclinado que me servía de respaldo.

Cuando desperté di un pequeño sobresalto, al notar cierto cosquilleo en una pierna. Sólo era una piña que me había rozado al caer desde una de las ramas. Muy abajo, parecía; más de lo que recordaba haber recorrido a la inversa. Asomé la cabeza por un hueco entre las pieles y deshice la posición fetal para incorporarme. Un vértigo repentino me recorrió el cuerpo al verificar la sospecha: el pequeño altiplano en miniatura en el que me hallaba se encontraba tres o cuatro veces más elevado. El cielo, sangrante por no querer morir el día todavía, presentaba menor claridad y el sol se precipitaba a mi derecha, a poco de perderse en el horizonte. 

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Continué pegado al roquedo para no perderme, con intención de rodearlo para llegar a la parte que mejor conocía y unir así caminos en mi cabeza, pues terminé por desistir en mi tarea de marcaje, dejándola para más tarde, y haciendo pequeñas muescas en su lugar. Después de todo, siempre era más sencillo de lo que parecía cuando me guiaba por la intuición. Que en los bosques la orientación es clave, pues no pocos se perdieron y fueron encontrados felizmente desechos ya, en avanzado estado de descivilización.

Dejé, pues, el claro a la derecha y con él perdí de vista al águila que ya conocía de la otra parte del valle. El Sol ya rondaba las 12. Con el firme y extenso cayado de avellano avanzaba entre la vegetación, apartando estos pinchos y aquellos, rayando mi piel y despejando la cabeza de los temores que me abatían y asolaban la noche anterior, de espaldas al fuego.

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Las cosas no son lo que parecen

La cueva resultó no ser una cueva, pues contaba con más de una apertura al exterior, no todas accesibles al ojo curioso. Emprendí con los primeros rayos de sol, pues sólo a aquella hora se filtraban éstos por algunas de las grietas del sur del pasaje. Saqué el tizón que había cogido de las cenizas de la noche anterior y me dispuse a dibujar sobre la pared el número 5. Continué adelante, hasta que, con algo más de claridad, gracias a la grieta que se abría al fondo, pude apreciar en el suelo restos óseos, de algún roedor, sin duda, que fue a morir desdichadamente a aquel lugar frío, húmedo y oscuro. Ahora sí que podía salir de aquel lugar.

La segunda apertura de la cueva quedaba semioculta por el espeso de la vegetación. Había que subir una pequeña cuesta para dar con un claro en el bosque, al contrario de lo que ocurria al otro lado de la gruta, desde la que podía verse gran parte del valle.

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Nota de diario

El valle está desierto, apenas quedan búfalos

Los pocos brotes que quedan de final de verano

se marchitan sin que sean pastados

Y las aguas y los cielos no acompañan, voto a dios

Hace mucho que no viene a vernos el lobo de calcetines blancos.

Y la carne se pudre a la orilla desdibujada del riachuelo, que con las crecidas no lo es tanto. Todavía falta para que las aguas bravas dejen asomar el sendero que conduce río abajo, al embarcadero abandonado, por lo que no espero visitas en una temporada;  ni qué decir tiene que no pienso salir de mi refugio de invierno, que hasta la llegada del buen tiempo es lugar seguro.

Los indios hace tiempo también que emigraron de la meseta y se esconden en algún angosto y oculto lugar oscuro, como yo, a resguardo del gélido frío que se cuela, también, por la grieta que sirve de puerta a mi gruta. La luna hoy luce vestido de medio hombro, que deja a la imaginación el resto de su cuerpo.

Solo quedo yo. Sólo quedo yo. Y el viento, algún solitario animal, como aquel coyote de ayer, mi caballo y mi pluma. Y esa planta tan mística, que atrae la no poca vida de las cuevas.

Murciélagos pendulean en las horas diurnas, de noche se les oye alborotar algo más. Algún reptil peregrino de transparente piel y sorprendente brillo, en busca de insectos y mosquitos. Y, claro está, las reservas de carne seca que me procuré antes de instalarme en las cuevas. A mis espaldas, el fuego, mientras que frente a mis ojos y oídos se despliegan todo tipo de sonidos nocturnos y pares de ojos amarillos fugaces. Un autillo lejano. Otro que contesta. Se hace tarde y mañana quisiera aprovechar el sol para explorar y marcar con números el intrincado conjunto de canales que queda en la parte sur de la cueva, que por si no lo has notado, da para una tribu entera de cavernícolas.

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A veces deseo que seas muro y estrellarme contra ti, para así salir de la incertidumbre. Así callaría más a gusto.

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